Para conmemorar este próximo 8 de marzo Día Internacional de la Mujer, traemos una reseña sobre las tres hijas de Manuel Gómez-Moreno Martínez, a cuya voluntad debemos la existencia del Instituto Gómez-Moreno. En este texto de José Manuel Gómez-Moreno Calera, se recoge especialmente la figura de María Elena Gómez-Moreno, heredera del espíritu científico de su padre. Las tres fueron universitarias cuando las mujeres eran una insignificante minoría en las aulas, y a las tres debemos la posibilidad de tener en Granada el Legado Gómez-Moreno.
María Elena Gómez-Moreno es sin duda la tercera personalidad de la familia y al igual que con sus hermanas me resulta más fácil recoger su perfil personal que el científico, pues tal era su capacidad de evocación de sucesos ocurridos a lo largo de su vida que quedabas extasiado en conversaciones que evocaban viajes, experiencias docentes, encuentros en compañía de su padre, madre o demás familia. Así pude conocer el lado humano de personajes conocidos a través de mis estudios, como Antonio Machado, Pío Baroja, Miguel de Unamuno y, sobre todo, autoridades de la Historia del Arte, así como otros muchos que no vienen al caso. Pocas personas he conocido que hablen con tanta elocuencia e impulsividad que a veces te parecía estar departiendo con los propios aludidos; era como un salto al pasado y entrar en los orígenes del pensamiento y cultura de la España Moderna. Es el caso, por ejemplo, del famoso viaje de estudios del año 1933 en el crucero por el Mediterráneo.
Hija del gran investigador y fiel acompañante en su vejez, María Elena nació en Granada, el 28 de Enero de 1907. En 1911 se instala la familia definitivamente en Madrid y allí estudia, de 1918 a 1923, el Bachillerato y posteriormente, a la temprana edad de 16 años, ingresa en la Universidad Central para cursar Filosofía y Letras. Se Licencia a los 19 años con Premio Extraordinario y cursa su preparación para Profesorado, de 1926 a 1930, en el Instituto Escuela de Madrid, institución muy vinculada a la Junta de Ampliación de Estudios, en la que entró en contacto con los principios pedagógicos dima- nados de la Institución Libre de Enseñanza. El espíritu de modernidad y de una enseñanza liberada de los tópicos de la época que impregnaba la Institución, dejaron en ella una gran impronta y la mantuvo siempre. Esa antigua vinculación la recuperaría muy posteriormente al fundar Jimena Menéndez-Pidal el Colegio Estudio.
En 1930 gana la cátedra de Instituto y así inicia su peregrinar por distintas ciudades de España: Osuna, Madrid, San Sebastián y Madrid definitivamente en el recién creado Instituto Emperatriz María de Austria. Su pasión por la docencia y por hacer llegar a todos los niveles de la sociedad el conocimiento del arte y la cultura, le hicieron aceptar la invitación del gran benefactor y divulgador de las artes Pablo Gutiérrez Moreno para formar parte de las llamadas «Misiones de Arte», entre los años 1929 y 1936 dedicadas a la impartición de cursos y lecciones populares en diferentes lugares y centros. Fruto de esta iniciativa de carácter divulgador del arte surgieron la serie de libros Breve Historia dedicados monográficamente a la Pintura, Escultura y Arquitectura, los cuales, aun careciendo del aparato crítico que ahora se nos exige, suponían el primer ensayo de planteamiento moderno sobre el decurso del arte en España. El primero fue el de Enrique Lafuente Ferrari, que abordaría la pintura en España, de 1934; después siguió Breve Historia de la Escultura Española, de 1935, que consagraría a María Elena como especialista en escultura; esta obra se vería complementada con un breve pero brillante ensayo sobre La Policromía en la escultura española. Posteriormente estos libritos de urgencia fueron ampliados con otras ediciones más extensas y de mayor formato de las que Mª Elena repetiría el tema de la escultura, Lafuente Ferrari sería el autor de la Breve Historia de la Pintura en España y Chueca Goitia se encargó de La Historia de la Arquitectura Española, obra que rebasó la idea de la «brevedad» para quedar solamente publicado un grueso tomo dedicado al periodo antiguo y medieval; todos ellos fueron editados por Dossat.
Al tiempo que desarrollaba esta actividad, durante los veranos participaba en los Cursos de Verano para Extranjeros de la Junta de Ampliación de Estudios. En los años de la Guerra Civil, 1936-1939, trabajó como auxiliar técnico en la Junta de Incautación y Protección del Tesoro Artístico, al igual que su padre y hermanas. Su labor investigadora seguirá prácticamente hasta el momento de su enfermedad final, en 1997. Fue profesora de los Cursos de Verano de Santander, colaboró activamente en el Instituto Diego Velázquez y en su seno publicó varios estudios de diferentes escultores. Participó en Congresos de Arte Nacionales e Internacionales, el último, el Simposio dedicado a Pedro de Mena en Granada y Málaga, en 1989. Colaboró en el montaje de exposiciones, como la de los Amigos del Arte de 1953, la de Alonso Cano de 1954 y en la del Centenario del mismo Cano en Granada, de 1958, artista al cual tanto Gómez-Moreno padre, el hijo ahora biografiado y la propia María Elena dedicaron varios estudios. Fue directora de los diferentes centros de las Fundaciones Vega-Inclán: la Casa-Museo del Greco de Toledo, la Casa de Cervantes en Valladolid, y la que centró más su atención directa diaria por la cercanía de su residencia, el Museo Romántico de Madrid, hasta la asunción de esta institución por el Estado como Museo del Romanticismo. También en la última etapa de su vida, sin que cejara su actividad y capacidad, fue Vocal de la Junta de Calificación, Valoración y Exportación de Bienes Culturales de la Dirección de Bellas Artes. Fue miembro de la Hispanic Society de Nueva York; profesora en el Smith College in Spain de Southampton; miembro correspondiente de la Academia de Santa Isabel de Hungría de Sevilla, de la Universidad Popular y del Instituto Diego Colmenares de Segovia, de la Academia de Toledo, de la Fundación Rodríguez-Acosta de Granada, y desde 1991 de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, primero a título honorario y al final de su vida de número, cuyo discurso de ingreso vino a rememorar la prodigiosa experiencia de la realización de su padre del catálogo artístico de la provincia de Ávila.
Junto con sus hermanas, promovió la donación a la Fundación Rodríguez-Acosta de Granada de todos los fondos artísticos, arqueológicos, biblioteca, documentos escritos, fotografías, apuntes miles, que habían pertenecido a su padre (y muchos al abuelo) y en el seno de esta prestigiosa fundación granadina surgió el Instituto Gómez-Moreno que los custodia y pone al servicio de los investigadores; fue además la autora principal de las fichas que sirvieron para su primera catalogación. Este gesto de absoluta generosidad, pocas veces dado, les hizo merecer la concesión por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de la Medalla de Honor de dicha institución. Por último, y en línea con las reivindicaciones actuales de «género», perteneció, y fue una de sus primeras integrantes, a la «Asociación Española de Mujeres Universitarias» hasta su desaparición.
Al igual que ocurriera con su padre, nunca se jubiló en el sentido estricto de la palabra y su lucidez y ánimo le hicieron enfrentarse a dos obras de envergadura en la etapa final de su vida, como fueron el tomo del Summa Artis dedicado a la escultura y pintura del siglo XIX y la enorme y oportuna biografía de su padre, en la que ofrece unos datos indispensables para el conocimiento del perfil investigador y humano de la figura protagonista de esta publicación. En gran medida, la que ahora realizo no es sino resumen y unas pocas reflexiones sobre el guión por ella trazado.
Como colofón, y siendo este un estudio que pudiera considerarse por algunos demasiado personal, puedo asegurar, y así lo reconocen quienes la trataron, que por encima de su obra escrita queda esa fuerza expresiva de su palabra, muchas veces tajante y apasionada; pasión mostrada por todo lo que supusiera cultura en el más amplio sentido de la palabra. Otro valor es que, junto con sus hermanas y la enorme figura de su madre y esposa de Manuel Gómez-Moreno, Elena Rodríguez Bolívar, catalizaron el continuo fluir de personalidades y personajes que por la casa del Paseo de la Castellana pasaron durante décadas.
Un breve y reciente artículo de su sobrina Elsa, reconocida poetisa, puede servir también para conocer el ambiente familiar y la personalidad de María Elena Gómez- Moreno Rodríguez y sus hermanas. Afirma la autora de las Hermanas Gómez-Moreno Rodríguez: «Las tres. Cada una a su modo me fue enseñando las propiedades del mundo, sus mejores riquezas, el alma de las cosas que me rodeaban. Aprendí a leer romances, a mirar las constelaciones y repetir sus nombres uno a uno sin cometer un solo error. Me enseñaron a replicar sin necesidad de herir; a opinar sin obsesionarme con tener, o no, razón por el mero hecho de tenerla; a creer en mis propias iniciativas y en mis propias obras; a creer, fundamentalmente, en mi». María Elena confesaba que sus primeros recuerdos de niña con su padre era cómo éste le enseñaba las constelaciones. Esa impronta se ve que quedó como ejercicio de acercamiento a la curiosidad de los niños que ella repitió con su sobrina Elsa.
Termino con un suceso que nos habla a las claras del carácter de las hijas Gómez-Moreno. En 2003, muerta ya María Elena y acabado el contrato de arrendamiento del piso de la Castellana, Natividad fue obligada a desalojarlo. Yo, que presencié el desmontaje y le ayudé en la mudanza a su nueva vivienda (con mi hijo Javier), debo confesar que fue uno de los días más emotivos y amargos de mi vida; un nudo me atenazaba la garganta cuando veía cómo se deshacía ese despacho, templo del saber intemporal y testigo mudo de tantas reflexiones y conversaciones. Y sin embargo, para Natividad y Carmen (ésta última residía en Nueva York pero venía dos veces al año en avión para acompañar a su hermana) fue como un paso más hacia el futuro; un nuevo salto adelante en sus vidas, sin que en ningún momento mostraran una lágrima de nostalgia, ni un suspiro, ni un mal gesto. Pensaron primero en comprar un piso, porque decían que los alquileres estaban «muy caros»; luego en tapizar las sillas del comedor porque estaban muy incómodas. Yo creo que se consideraban eternas y ese impulso es el que hizo que vivieran tantos años y con tanta fe. Estamos hablando de dos señoras que contaban entonces 95 y 90 años. Como afirmaba María Elena en el inicio de la biografía de su padre «los Gómez-Moreno a falta de nobleza tenemos (perdón, tenían) casta».
(extraído de: GÓMEZ-MORENO CALERA, J.M.: Manuel Gómez-Moreno Martínez (1870-1970), Granada, CEHA, 2016, pp. 159-166)