En este año en que se conmemora el centenario de la construcción del carmen sede de la Fundación Rodríguez-Acosta, resulta imprescindible acercarnos a la figura de José María Rodríguez-Acosta y a sus motivaciones y anhelos que lo llevaron a realizar esta magistral obra.
En este primera entrada que dedicamos a nuestro fundador, repasamos su testamento ológrafo, que escribió el 6 de enero de 1934, cuando se podía dar por concluida la construcción del carmen Rodríguez-Acosta y siete años antes de su muerte en 1941.
Entre otras cosas dicta el nombre de los que debían ser los primeros patronos de la Fundación que cómo tal debía constituirse. Eran nueve los miembros de ese primer Patronato de la Fundación: sus dos hermanos (Manuel y Miguel), José Ortega y Gasset, Fernando de los Ríos, Manuel de Falla, José Segura Soriano, Emilio García Gómez, Alfonso García Valdecasas, y Ramón Pérez Roda, “en quienes deposito mi confianza y a los que por esperar que acepten este cargo miro desde hoy reconocido, no solo por el desvelo que esto les exija sino por haber sido esto pensado por mi en memoria de mis Padres queridos.”
Estos, igual que otras personalidades del mundo de la cultura que desde un primer momento aparecen vinculadas al origen de la Fundación Rodríguez-Acosta, eran personas cercanas a José María Rodríguez-Acosta y a su familia, con quienes había hablado de sus inquietudes y sus proyectos, y con los que había compartido horas de conversación y de correspondencia, desde mucho tiempo antes de pensar que llegaría a buscar en un momento preciso, la forma de plasmar en tres dimensiones su mayor obra, en todos los sentidos.
Biblioteca del carme-estudio de José María Rodríguez-Acosta. Foto: Macarena Tenero
Ni que decir tiene que en la Biblioteca de la Fundación se encuentran obras de aquellos ilustres patronos y amigos. Ni que decir tiene que en la exigencia a los patronos era grande, ya que implicaba la pervivencia de los ideales de progreso y cultura que desde la sede de la Fundación se querían irradiar hacia toda Granada y su provincia. La Fundación se elevaba en la colina del Mauror como un gran faro, blanco y luminoso, deseoso de ayudar a abrir las puertas de la mente y los ojos de la verdad a todo el que quisiera dedicarle un minuto de atención.
(Continuará)
Entrada al estudio en la segunda planta del carmen Rodríguez-Acosta. Foto: Macarena Tejero